ALGO MÁS QUE PALABRAS
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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Coincidiendo con
el primer sábado de julio, fecha en la que se proclamó por parte de la Asamblea General
de Naciones Unidas, el día internacional de las cooperativas, se me ocurre
hacer las siguientes reflexiones. Para empezar, el título del tema de este año
no puede ser más sugerente: “la empresa cooperativa se mantiene fuerte en
tiempos de crisis”. En el fondo, todos poseemos una fortaleza que nos mantiene
vivos, a pesar de las dificultades. Ya se sabe, todo aquello que no mata,
siempre fortalece. Y el cooperativismo, precisamente, lo que activa son formas
de integración, de unidad y de unión, que se agradecen, sobre todo en un
momento de tantos aprietos, en el que el desempleo ha alcanzado un nivel sin
precedentes por todo el planeta.
Verdaderamente, las cooperativas son una muestra de
ejemplaridad, van más allá del afán de lucro, desarrollan estrategias de
viabilidad y autoayuda, métodos justos de distribución, crean sistemas de
mercado y abastecimiento con la participación ciudadana, jugando un papel
transcendental sobre todo en tiempos de declive o retrocesos. Por ello, pienso
que tenemos que impulsar mucho más las cooperativas. Sin duda, la recuperación
mundial sería más rápida si contásemos con el movimiento cooperativista, basado
su estándar empresarial en valores y no en las exigencias de un capital al que
no le interesa para nada el ser humano como sujeto pensante.
A mi juicio, la
actual crisis financiera, en parte, es producto de la dominación absoluta de
los mercados, del poder de un modelo en el que se privatizan las ganancias
mientras se socializan, entre la clase
más humilde, las pérdidas. Estoy en contra del engaño permanente de un modelo
capitalista injusto que no entiende nada más que de acrecentar las diferencias
entre ricos y pobres, de fomentar la exclusión y de promover el retorno al servilismo y a la esclavitud. En
cambio, una empresa cooperativa es, sencillamente, una búsqueda colectiva de sustento, que intenta humanizar los
resultados con un reparto equitativo. Pero, por desgracia, hemos ido construyendo
un sistema que considera el beneficio como algo vital, cuando lo fundamental es
que pongamos todo al servicio del
ciudadano, incluida la propia economía.
Considero, pues, que
todavía tenemos mucho camino por recorrer ante los males de un sistema de
producción inhumano, que no entiende de
solidaridades en el campo del trabajo y tampoco de diálogo. Realmente, todo
suena a especulación. Los adinerados tienen un poder inmune e inmenso, frente a
todo y frente a todos. No se puede consentir este dominio absoluto. Se deben
promover otros modos y maneras de actuar y de vivir. Hoy, el capitalismo de
mercado, juega con el ser humano como jamás. Su amenaza más grande proviene de
su propia manera de actuar. En todo caso, algo que no puede promover la prosperidad
y la justicia para todos, no tiene mucho sentido que continúe.
Por consiguiente,
hay que buscar nuevas fórmulas para un mundo global, y el cooperativismo, centrado en las personas y entendido como
expresión económica de la democracia, puede ser una ventana a la luz.; no en
vano, busca desarrollar al ser humano en los valores de la cooperación, de la
igualdad, de la justicia, del respeto y del trabajo conjunto. En consecuencia,
debemos alentar a los gobiernos a crear
mayor conciencia ciudadana sobre la contribución de las cooperativas al
desarrollo humano y, por ende, al logro de una globalización más justa, creando
oportunidades para todos. De ahí, que una política de apoyo sólo puede traer
consigo progreso, y, cómo no, un impulso claro al fomento del empleo de calidad
que tanta falta nos hace hoy en día. Dicho lo cual, y a mi manera de ver, las
alianzas con el movimiento cooperativo deben ser más constantes, principalmente
para la erradicación de la pobreza y para que las desigualdades disminuyan. Dicho queda.
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