jueves, 17 de mayo de 2012

SEMBLANZA DE MI MADRE


Por: JUAN FRANCISCO GOMEZ CASTAÑEDA 
Email: Jugocas1@hotmail.com

Era un mañana de verano llena de sol. Mi madre consuetudinaria madrugada, estaba alistando u alforja de costal, su eterna compañera, algunas sogas, su machete y una olla ya aderezada con carne, arroz y papas para mitigar el hambre después de la faena de ese día. Iríamos cruzando la pampa de Pacasmayo, hacia el sur en busca de leña, de esas chamizas sobrantes dejadas por los depredadores de los algarrobos. El camino y la distancia no contaban para sus pies descalzos y ligeros. Yo iba asido de su falda, casi corriendo por que mi madre caminaba muy rápido. Me conversaba, cuando llegamos al lugar de la leña. Tú coges la alforja y juntas los trocitos de pajarobobo, a la señora Andrea le he prometido llevar los tronquitos para su fogón, decía mi madre.
El camino se hacía corto, mi madre silbaba y por ratos cantaba:
Ventanita, ventanita silenciosa
Estas triste y desolada como yo
Ya no asoma a sus cristales
La preciosa que se fue y nos olvido…
Y así, entre cantos silbidos y murmullos, la ciudad se quedaba atrás, hasta llegar alPor: JUAN FRANCISCO GOMEZ CASTAÑEDA Email: Jugocas1@hotmail.com

Era un mañana de verano llena de sol. Mi madre consuetudinaria madrugada, estaba alistando u alforja de costal, su eterna compañera, algunas sogas, su machete y una olla ya aderezada con carne, arroz y papas para mitigar el hambre después de la faena de ese día. Iríamos cruzando la pampa de Pacasmayo, hacia el sur en busca de leña, de esas chamizas sobrantes dejadas por los depredadores de los algarrobos. El camino y la distancia no contaban para sus pies descalzos y ligeros. Yo iba asido de su falda, casi corriendo por que mi madre caminaba muy rápido. Me conversaba, cuando llegamos al lugar de la leña. Tú coges la alforja y juntas los trocitos de pajarobobo, a la señora Andrea le he prometido llevar los tronquitos para su fogón, decía mi madre.
El camino se hacía corto, mi madre silbaba y por ratos cantaba:
Ventanita, ventanita silenciosa
Estas triste y desolada como yo
Ya no asoma a sus cristales
La preciosa que se fue y nos olvido…
Y así, entre cantos silbidos y murmullos, la ciudad se quedaba atrás, hasta llegar al lugar del destino. Mi madre se cambiaba su ropa, por una adecuada de leñatera. Machete en mano empezaba su tarea.
Los pájaros empezaban a trinar en coro y su sinfonía tan dulce y usual alegraban las mañanas de estío, mientras mi madre iba juntando la carga de leña; llegada la hora del almuerzo, cogía la olla aderezada, le echaba un poco de agua de la acequia, improvisaba una rustica cocina y allí dejaba la olla. Al cabo de un tiempo calculado por ella, retiraba la olla del fogón y la colocaba en las brazas. Había que probar ese arroz con carne calientito, que comíamos siempre debajo de un frondoso sauce.
Ya por la tarde, tome la alforja del costal para juntar los tronquitos, siempre bajo la atenta mirada de mi progenitora, mirándome de reojo. Al coger uno de los troncos, escuche la voz estentórea de mi madre ¡cuidado hijo! La vi correr, como un gladiador enfurecido y con el machete le corto la cabeza a una serpiente sancarranca que se aprestaba a morderme… nunca olvidare el arrojo, la valentía y decisión de mi madre, ante el peligro de su hijo. Mi madre descargaba su furia tirando machetazos al aire. Yo estaba pálido, temblando, sin poder articular palabras y con un sudor frio recorriendo todo mi cuerpo. Estaba petrificado. Mi madre blandeó el machete y con la parte plana me descargo dos machetazos en los glúteos y me hizo llorar de dolor. Mi madre me dijo: discúlpame hijito pero es para que no te asustes, por que las culebras roban el ánimo…

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