Por José Luis Bravo Russo
Una encuesta nacional urbana elaborada por Ipsos APOYO Opinión y Mercado revela que un alto porcentaje de la población considera la corrupción, la delincuencia común y el narcotráfico como los más graves males del país.
Opiniones sin duda, que muestran a tres enfermedades gobernando y apoderándose de todos nuestros ámbitos sociales: pobres y ricos, ejecutivos y empleados, hombres y mujeres, padres e hijos. Males que alcanzan un nivel “sin precedentes” en la historia del Perú.
Ya nada sorprende. Estamos acostumbrándonos a vivir entre corruptos, delincuentes y el narcotráfico. Muchos de estos males nos envuelven a todos, pues siempre estamos al acecho de sacar ventaja de los demás.
No solo esto. Para otros, no menos delincuentes, “Pepe el vivo” se ha convertido en el mejor ejemplo a seguir. Comercializamos medicinas vencidas, vendemos pollos y carne malogrados, pirateamos libros; falsificamos títulos, maestrías y doctorados; falseamos documentos de identidad, pasaportes, clonamos tarjetas, imitamos marcas, plagiamos tesis parcial o totalmente, copiamos textos completos de libros sin mencionar la fuente…etc.
Hay una crisis cultural y de valores que ha abierto las puertas a la corrupción, la violencia, los abusos, crímenes y violaciones de todo tipo, episodios que son el pan de cada día en las novedosas noticias nacionales.
Los atributos de la seriedad, honestidad y responsabilidad han sido opacados por la primacía de la corrupción y la criminalidad. Se nos está haciendo normal vivir entre actos de corrupción y violencia, incluso hasta lo justificamos como el camino correcto para vivir bien.
El Cardenal de Santo Domingo, Nicolás de Jesús López Rodríguez, ha lamentado que la pérdida de valores se refleje en una creciente permisividad de la corrupción y la delincuencia. Corrupción y delincuencia en las instituciones, calles y hasta en los hogares.
Ha dicho que “una sociedad permisiva no termina garantizándole nada a nadie “.
¿Qué hacer entonces? Creo que debemos mover a las fuerzas sanas del país a que rechacen sin cesar cualquier acto, por más pequeño que sea, que atente contra la honestidad y dignidad de la población.
Frente a esta degradación, que sentimos y palpamos con profundo dolor, debemos “reconstruir a la persona”. Monseñor López Rodríguez dice que esta es la base del rescate de los valores que se han diluido.
Debemos reconstruirnos nosotros (si es que ya estos males han empezado a tocarnos) y promover en nuestra casa, el barrio y trabajo esa revolución de valores que muchos ciudadanos reclaman y anhelan cada día.
Pensemos y trabajemos por la población sana que observa, con estupor y pena, cómo cualquiera lucra de la actividad política o la criminalidad, cómo se erigen en personajes importantes a cuyos pies caen rendidos, tan inmorales como ellos, gentes situadas en todos los estamentos importantes de la sociedad, a los que nada les importa el mejor destino del país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario