jueves, 24 de junio de 2010

Alguna notas sobre Arroz.

Uruguay exporta arroz a Brasil, Perú, Irak, y Chipre. los peruanos son los que pagan mas caro por este cereal. US 578 /ton vs US $ 529 / ton
Baja producción de Tailandia, buena noticia para los productores peruanos. Disminuyeron hasta un 60 %.
La producción de cascarilla de arroz podria dar luz a cada uno de los Valles productores con 25,000 ha. de cultivo
Once (11) soles vale el kg. de arroz en cáscara en Japón, que está protegido, y a la cosecha analizan 1,000 granos con lupa, separando a los imperfectos

Saludos

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Otto Salcedo Torcello
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Exportaciones del cereal en el mes de mayo.
Del 1 al 31 de mayo de este año 2010, se exportaron en nuestro país, 57.798 toneladas de arroz blanco pulido, por un ingreso de U$S 30.565.714, lo cual genera un promedio de U$S 529 por tonelada.
El principal destino de las exportaciones de arroz, en el periodo analizado es Brasil, que adquirió 20.235 toneladas, con un ingreso promedio de U$S 528, el segundo destino ha sido Irak, con un volumen de 16.432 toneladas y un promedio de U$S 510, mientras que a Chipre se exportaron 10.000 toneladas a un promedio de U$S 510 y a Perú, 7.831 toneladas a U$S 578.

Baja un 60 por ciento la segunda cosecha de arroz en Tailandia por la sequía
Bangkok, 9 jul (EFE).- La producción prevista para la segunda cosecha de arroz en Tailandia, el mayor exportador del mundo, bajará el 60 por ciento, de cinco millones de toneladas a solo dos millones, por la peor sequía en las últimas dos décadas, informó hoy la prensa local.
El presidente de la Asociación de Exportadores de Arroz de Tailandia, Chanchai Rakthananon, indicó que estiman una cosecha de dos millones de toneladas en el segundo ciclo que termina en agosto, frente a las cinco millones de toneladas previstas.
"No ha llovido cuando tenía que llover", afirmó el director del Departamento de Meteorología de Tailandia, Angsumal Sunalai, quien culpó al cambio climático por la escasez de precipitaciones.
Tailandia produce unas 20 millones de toneladas de arroz anuales en entre dos y cuatro ciclos y exporta unos nueve millones de toneladas métricas.
El Gobierno almacena un 10 por ciento de la cosecha, principalmente para estabilizar los precios, por lo que no se teme que la sequía cause escasez del cereal.
Las reservas de agua en todo el país se encuentran a un 15 por ciento de su capacidad, por lo que las autoridades han pedido a los agricultores en algunas regiones que retrasen la labranza un mes.
El sector agrícola consume un 70 por ciento de el agua en Tailandia, mientras que sólo un cuatro por ciento se destina para el consumo humano.
El Departamento de Meteorología prevé fuertes lluvias para los próximos meses, lo que podría empeorar el problema si causan inundaciones y arrastran las semillas plantadas en los arrozales.
El Gobierno garantiza unos ingresos a los agricultores a partir de unos precios mínimos del grano, pero sus beneficios no dejan de estrecharse debido al aumento de los costes de producción. EFE


URUGUAY: Energía eléctrica con cáscara de arroz La cáscara de arroz, un residuo de la industrialización del cereal que hasta ahora no era aprovechado en Uruguay, será quemada con fines energéticos.
De esta forma, no sólo se generará energía eléctrica para abastecer a la red del país, sino que a la vez se reducirán las emisiones de metano que se producen cuando estos desechos quedan en canteras a cielo abierto.
Tras más de dos años de trabajo, la primera planta de producción de energía a partir de cáscara de arroz está lista para comenzar a operar.
Fenirol, un consorcio integrado por tres grupos uruguayos y el grupo griego Tsakos, se instaló en el departamento de Tacuarembó, uno de los principales centros forestales, ubicado en el centro del país. Generará energía eléctrica a partir de biomasa, con cáscara de arroz y con residuos forestales.
Esta planta, junto con otras seis que se están construyendo o que están a punto de comenzar a operar, se enmarcan en una política de diversificación de la matriz energética, según explicó a BBC Mundo Ramón Méndez, Director Nacional de Energía.
Un pasivo medioambiental (…) se convierte en un generador de riqueza. A la vez, estamos mitigando los efectos del cambio climático
Ramón Méndez, Director Nacional de Energía
Si bien Fenirol generará 10 megavatios de energía, la meta es que para 2015 se generen en el país 200 megavatios a partir de biomasa.
"Un pasivo medioambiental se transforma en un activo energético, es decir, algo que tiene un costo para su disposición final, se convierte en un generador de riqueza. A la vez, estamos mitigando los efectos del cambio climático", indicó Méndez.
Armando Bonilla, de Tsakos, dijo a BBC Mundo que frente a "un problema bastante serio, que no se sabe qué hacer con los residuos de podas, encontramos que había una muy buena oportunidad" de generar energía a través de biomasa.
A eso se sumó el hecho de que en la zona hay dos molinos arroceros, que también se enfrentaban al problema de qué hacer con la cáscara de arroz.
En el proceso de producción del arroz, la cáscara generada en los molinos se deposita en canteras. Muchas veces estos residuos se queman, con el consiguiente impacto en la calidad del aire.
Cuando no se queman, se acumulan en pilas donde se fermentan y se descomponen lentamente, produciendo emisiones de metano a la atmósfera. Ahora, la quema de la cáscara para producir energía evitará la contaminación.
El proceso
"Se produce una mínima cantidad de cenizas, que en el caso de la cáscara de arroz se utiliza para la industria de abrasivos y en el caso de los chips como fertilizantes"
Armando Bonilla, Tsakos
La planta recibe los residuos forestales en forma de chips o de rolos que luego se convierten en chips y se acumulan en gigantescas montañas. Mediante cintas transportadoras se llevan a silos que abastecen tres gasógenos, explicó Bonilla.
"Dos de ellos están dedicados a chips de madera y el tercero a cáscara de arroz, que se almacena en silos separados. Mediante un sistema de gasógenos se hace una quema parcial que genera un gas de combustión, que es el combustible de una caldera gigantesca de alto rendimiento".
Allí, continúa, se genera vapor que se inyecta en una turbina, y que a su vez mueve un alternador que genera energía eléctrica. "Es similar a la de una turbina hidroeléctrica, sólo que esa turbina mueve una corriente de agua. En este caso mueve una corriente de vapor. El proceso es extremadamente eficiente en cuanto a que prácticamente no hay emisiones", aseguró.
Bonilla indicó que lo que no se usa como energía, tiene además otro destino. "Se produce una mínima cantidad de cenizas, que en el caso de la cáscara de arroz se utiliza para la industria de abrasivos y en el caso de las cenizas de los chips de madera se utilizan como fertilizantes".
Todos ganan
La planta generará 10 megavatios que en su casi totalidad, con excepción de una pequeñísima parte para consumo de la planta, venderá a UTE, el ente estatal de distribución de energía eléctrica.

"Puede abastecer completamente a la ciudad de Tacuarembó, de unos 60.000 habitantes, y a las industrias que están allí", dijo Bonilla. La papelera Botnia ha sido la pionera en generar energía eléctrica a partir de biomasa en Uruguay. Actualmente produce 120 megavatios, de los cuales 90 son para consumo propio y 30 vende a la red de UTE, explicó Méndez. La diferencia es que estos nuevos emprendimientos generarán energía con el propósito exclusivo de venderla a la red del país.
Cuando la planta de Fenirol comience a funcionar, la empresa obtendrá un beneficio adicional por el hecho de generar energía con biomasa, al producir un ahorro en el consumo de combustibles fósiles.
Bonilla explicó que "de acuerdo al Protocolo de Kyoto, por cada tonelada de anhídrido carbónico que UTE deja de emitir a la atmósfera por la quema de combustibles fósiles a consecuencia de nuestro suministro de energía, tenemos derecho a la emisión de un Certificado de Carbono que se vende en el mercado internacional".
UTE se comprometió a comprar energía eléctrica a estas empresas durante 20 años, a un precio predeterminado.
Fuente: www.ecofield.com.ar


Japón, corazón de Arroz
Entre la cultura ancestral y el avance tecnológico, Japón se enfrenta a la necesidad de proteger la producción de arroz, un alimento que forma parte de su esencia nacional.
A principios de otoño comienza una especie de peregrinación en el Japón. La gente toma el tren bala en Tokio, atraviesa un largo túnel en las montañas que están al oeste de la capital y emerge en Niigata, una de las regiones dedicadas al cultivo de arroz más ricas del país. Viajan para ver la cosecha, que se desarrolla al tiempo que las hojas de los árboles se tornan rojizas y las castañas empiezan a caer. Para muchos, estos campos representan una parte intemporal del paisaje, de la historia y de la cultura de un país que se transformó a sí mismo, no sólo en los 65 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, sino en el siglo y medio transcurrido desde que terminó con su aislamiento voluntario del mundo. Incluso al viajar por el Japón rural, es difícil perder de vista la velocidad de ese cambio.
Esta conciencia del tiempo está estrechamente relacionada con el calendario del arroz, que ayudó a forjar la identidad del Japón desde que las primeras plantaciones modificaron el paisaje hace unos 2.400 años.
Los japoneses sienten gran orgullo por la calidad, el sabor y la glutinosidad de su arroz. Después de cada cosecha, inspectores poco corteses someten la producción de cada agricultor a meticulosos controles con lupa. Esos inspectores agitan 1.000 granos de arroz en un platillo (la cantidad que entre en el fondo), y cuentan los imperfectos. Todo lo que no alcanza el grado dos no es apto para la mesa y, conforme a ello, el precio se desploma.
Entre las múltiples naciones dedicadas al cultivo de arroz en Asia, no hay ninguna tan rica, eficiente y moderna como el Japón. En cuanto a los granos, pocos son tan caros a la tradición y a la mística como el arroz. A pesar de su paso veloz hacia la modernidad, el país nipón todavía se aferra a la cultura ancestral del arroz, como si el hecho de perderla fuese a destruir su alma. Aún así sus agricultores, los guardianes del grano, están, literalmente, extinguiéndose. Casi la mitad de ellos superan los 65 años.
La escasez de niños es sintomática; las familias jóvenes, incapaces de ganarse la vida, han abandonado los lugares como Tochikubo. El vaciamiento de esas comunidades provoca gran ansiedad en el Japón. Tochikubo está al borde de “ genkai shuraku” , abismo de senectud donde más de la mitad de la comunidad sobrepasa los 65 años. Todavía no se ha llegado al umbral (40% de la población supera los 65 años), pero según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), 18.775 comunidades perderán su carácter tradicional durante la próxima década. En Tochikubo, cada uno de los 60 hogares posee alrededor de una hectárea. Para evitar la superproducción, el gobierno les paga para destinar cerca de la tercera parte a barbecho, lo que significa que, en promedio, producen 40 bolsas de 60 kg por hectárea. Cada bolsa se vende por aproximadamente 20.000 yenes (U$S 230), todo lo cual representa un ingreso anual de alrededor de 800.000 yenes, y con eso apenas se cubre el costo de las maquinarias. Aun así, este arroz está entre los mejores del Japón. Se dice que la nieve le da al arroz local, conocido como “ minami Conoma”, una pureza particular .
Según los rituales, el cultivo del arroz está íntimamente relacionado con la religión originaria del Japón, el sintoísmo. La religión hace una virtud de la idea de subordinar el interés personal al bienestar del grupo. Los eruditos creen que esto deriva del tradicional trabajo intensivo implícito en el cultivo del arroz, ya que todos los miembros del pueblo debían ayudar a sembrar, quitar la maleza y cosechar, y el agua debía ser repartida con escrupulosa equidad (incluso hoy, dos tercios del agua del Japón se destina a los arrozales). Los que no cooperaban se arriesgaban a ser rechazados, en una escalofriante práctica del pueblo conocida, que podía llevar al ostracismo al agricultor y a sus descendientes. A lo largo de los siglos, el arroz se insertó tan profundamente en la cultura japonesa que ayudó a reforzar el sentido de identidad nacional. Sin embargo, los mitos eludieron un incómodo hecho histórico. El arroz no llegó al Japón desde el cielo. Vino de China y llegó al Japón a través de la actual península coreana, alrededor del año 400 a.C., acompañado por lozanos agricultores coreanos, que probablemente contribuyeron a poblar el Japón, por exogamia con los nativos Jomones que eran cazadores recolectores. Incluso hoy, los japoneses son reacios a admitir que podrían tener raíces coreanas.
En el siglo XX , a partir de la década de los sesenta, cada uno pudo tener la cantidad de arroz que necesitaba; los agricultores recuerdan que para esa época el paisaje ya había cambiado. Con las motoniveladoras se logró dar mejor forma y aspecto a los arrozales y los agricultores mejoraron la productividad al poder usar las cosechadoras en esas superficies. Los pesticidas y los fertilizantes artificiales mejoraron los rindes. Fueron épocas gloriosas para los agricultores, cuya misión consistía en que el país volviese a alcanzar la autosuficiencia en la producción de arroz, en coincidencia con el renacimiento industrial del Japón y con la creciente demanda de mano de obra en las fábricas que empezaban a ser líderes mundiales en productos de alta tecnología.
Alimentos y proteccionismo
Si bien los rindes mejoraban, la gente consumía menos arroz y prefería el pan y la carne, mayormente importados. Actualmente, cada japonés consume, en promedio, 60 kg de arroz por año, casi la mitad de lo que consumía en el siglo XX, al comenzar la década de lo sesenta. Del autoabastecimiento pronto se pasó al superávit de arroz y, a partir de la década de los setenta, el gobierno le pagó a la gente para que no produjera. En un país que siempre anheló más arroz, de repente, los agricultores sintieron que ellos y su producción eran superfluos.
El famoso proverbio sobre el arroz es una metáfora de la humildad, una virtud muy preciada por los japoneses: “cuanto más pesa la cabeza del grano de arroz, más se inclina”. Con todo este lirismo, resulta inquietante el nacionalismo de muchos japoneses en cuanto a los alimentos. Ignoran el hecho de que el arroz, en diversas formas, es consumido por 3 mil millones de personas en Asia, y que también es objeto de veneración por parte de muchas otras culturas. Estas percepciones imperan en el plano nacional y poco han hecho los gobiernos para cambiarlas. Ello explica el extraordinario proteccionismo brindado a la agricultura japonesa. Los japoneses quizá se quejen de la manera en que se usan los impuestos para apoyar a los agricultores, pero no sólo los agricultores se oponen al libre comercio. En las ciudades, el común de la gente se opone a las importaciones, aún cuando bajen los precios. La ironía radica en que si el gobierno no protegiera tan diligentemente a los campesinos, con menor precio se favorecería el consumo de arroz.
Pero la agricultura japonesa está paralizada y los agricultores son incapaces de pensar con claridad, como si temieran que las fuerzas del mercado se desataran y se perdieran para siempre los arrozales, con un cambio completo del paisaje y del tradicional ordenamiento de la psiquis japonesa. Como un soplo de aliento, en pueblos como Tochikubo, se está encendiendo una pequeña llama. Un domingo de octubre, 35 estudiantes, ambientalistas y empresarios se congregaron en Tochikubo, cada uno con su hoz, para cosechar algo muy extraño en el Japón: arroz orgánico. Cortaron los tallos, los ataron con paja y los colgaron de postes de hierro para secarlos al sol otoñal. Seguidamente, y en consonancia con la parquedad ancestral de los agricultores de todo el mundo, espigaron cada tramo del arrozal para no dejar un solo grano. Todo el proceso se hubiera acelerado si se hubiesen usado cosechadoras. La gente del pueblo estaba desconcertada al ver cómo se esforzaban para armar los fajos, como si fueran campesinos del siglo XVIII, pero imperaba el sentimiento de propósito compartido; y los agricultores vendieron el arroz a los visitantes a buen precio y también les cobraron por el privilegio de un trabajo agotador. Los agricultores argumentan que, con iniciativa, pueden avivar el entusiasmo por una tarea que por tanto tiempo fue parte de la esencia japonesa.

Fuente: Adaptación de la nota “Somos lo que comemos”,
publicada en The Economist, diciembre de 2009

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