ALGO MÁS QUE PALABRAS
Víctor
Corcoba Herrero/ Escritor
Lo más importante es no dejar de interrogarse, es
prueba de que se piensa. Cualquier momento es bueno para hacerse preguntas. A
mí se me ocurren tantas a raíz del incremento de pobres y desdichados, que
estoy continuamente pidiendo explicaciones.
Ahora mismo me viene a la memoria, uno de tantos requerimientos. ¿Vamos
hacia una prosperidad colectiva o hacia un retroceso de los indignos? ¿Y
quiénes son esos indignos? La verdad que el día que los descartados del sistema,
o sea los excluidos, se unan y empiecen a razonar, se nos va a caer la cara de
vergüenza a todos. Si tanto hemos avanzado, sobre todo el mundo de los dignos,
¿por qué no aseguramos unos niveles mínimos aceptables de bienestar e igualdad
de oportunidades para todos? ¿Quiénes somos nosotros para marginar a nadie? En
vista de lo visto, nadie me negará que son humanos ciertos comportamientos de
huida, como el del pobre que desea verse libre de miseria y sueña con un mundo
más equitativo, lanzándose a la búsqueda de otros horizontes más prósperos. Esto
es un proceder natural de supervivencia.
Sin duda, no hay
mayor legitimidad que luchar por lo necesario para vivir. Por otra parte, trabajar
para conseguirlo es un deber. Lo malo es cuando ese trabajo nunca llega, porque
la riqueza se la meriendan los mismos de siempre, o sea, los imperialistas del
dinero, y no dejan ni respirar a los que nada tienen. Las consecuencias resplandecen por sí mismas.
Cada día hay más pueblos opulentos, pero también más pueblos hambrientos,
totalmente hundidos y desesperados. Ya nada nos interpela, ya nada nos pone en
movimiento, cada cual vamos a lo nuestro y esta crisis de angustia cada uno la
traga para sí como puede y le dejan. Aceptado lo dicho, es bien público y
notorio que los desequilibrios se agrandan y las desigualdades nos impiden ver justicia
social alguna. La marginalidad, junto a la negación de los derechos humanos,
empeora aún más los tiempos actuales, donde el paisaje moral ni se ve, ni se
percibe, por parte de instituciones que debieran ser ejemplarizantes.
Hemos perdido
hasta la mismísima conciencia. Tanto es así, que resulta ya difícil hasta tomar
el pulso del mundo. Vivimos en la inquietud permanente, sobre todo la clase
pobre, o sea lo que antes se llamaba obrera, en el escándalo continuo, en el
choque de intereses. De hecho, nos movemos en el conflicto incesante, debido al
materialismo sofocante que determinados poderes nos han injertado en vena.
Cuando se pierde la escala de valores humanos, los corazones se endurecen y las
miradas no quieren ver la realidad. Habría que despojar de poder a las muchas
estructuras dominadoras que provienen del abuso del poder y del tener, de la
injusticia de las transacciones y de la adquisición de una cultura del hurto,
desfalco, o evasión enmascarada. Por desgracia, cada día son más los países que
asisten impasibles al aprovechamiento abusivo que hacen las grandes empresas de
la ley para reducir al mínimo su factura fiscal. Es el eterno problema, cuanto
más se tiene más se quiere. Perdida toda moralidad, los ricos multiplican sus
deseos, aunque para ello tengan que empobrecer aún más a los pobres.
Pienso que ha
llegado el momento de emprender acciones, que nos encaminen hacia una
prosperidad colectiva. De lo contrario, se acrecentarán las contiendas ante la
tentación de rechazar con violencia las graves ofensas contra la dignidad
humana. Hay que combatir cualquier discriminación para que las personas por si mismas puedan
ser artífices de su propio destino. También hay que procurar el acceso a la
educación a todas las personas. Ahí están, por ejemplo, las poblaciones
indígenas de América Latina y el Caribe, con apuros para el conocimiento
intercultural. O el difícil acceso a la sanidad pública en el mundo, lo que
refleja la grave dificultad de los países para ayudar a fomentar
comportamientos saludables. Es un lástima que la justicia social, en todo caso,
continúe siendo un sueño imposible para una gran parte de la humanidad. Quizás
hoy más que nunca sea necesario proteger la libertad de la persona, liberándola
de tantas opresiones arbitrarias, que hasta les impide ser ella misma en la
vida para reclamar sus derechos.
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