viernes, 18 de septiembre de 2009

Amigos del “Correo de Salem” en el Perú

En el Instituto Cultural Peruano Norteamericano de Miraflores, Angamos Oeste 160, se presenta el viernes 18 a las 6:30pm mi libro ¡QUIÉN NO SE LLAMA CARLOS!, Ediciones SM. Una vez más, sepan que están ustedes son mis invitados. Viene a continuación un fragmento de la novela.

EDUARDO



TODOS SOMOS LO MISMO. SOLO NOS DIFERENCIA EL AMOR



Fabio volvió a describirle a Carlos. Le repitió que Carlos era su gato y que lo buscaba. Esta vez, el guardián parecía escucharlo con mayor interés. Tenía muy abiertos los ojos y, con el índice derecho, trataba de aguzar su oído. Por último, levantó el dedo con un signo triunfal.

—¡Ajá! —gritó—. Nunca me equivoco.

—¿Que nunca se equivoca en qué?

—Tú eres sudamericano.

Ésa no era la conversación.

—¿Me equivoco?

El chico no le contestó.

—Ya me decía yo, “qué raro habla este muchacho”. Da la casualidad de que soy de México, y nada menos que de Michoacán, en donde viven los bravos.

Su nombre era Lupito Maldonado.

—Pero me puedes llamar Chamaco. Así me dicen mis amigos.

Era veterinario práctico, pero había ejercido muchos otros oficios. Eso le había permitido vivir en su país y sobrevivir en los Estados Unidos.

Señaló a uno de los gran daneses y le pidió que lo observara. Así lo hizo.

—Ahora, salúdalo. Se llama Sebastián.

—¡Hola, Sebastián! ¿Cómo estás? —dijo para seguirle la broma.

El perro se le quedó mirando asombrado.

—Muy bien, señor. Y usted, ¿cómo se llama? —le respondió.

Fabio no podía creerlo.

—Le estoy preguntando su nombre —insistió el perro Sebastián.

El joven volvió el rostro hacia Lupito, quien no podía contener la risa.

—Uno de mis oficios en México era el de ventrílocuo.

Agregó que también podía imitar las voces de algunos animales como el caballo, la jirafa, la paloma, el gato y el perro.

Pero Fabio quería hacerlo volver al tema, y le preguntó otra vez si había visto a su gato.

—Lo tengo frente a mí —dijo el sonriente Lupito.

Fue más claro.

—Tú eres tu gato.

Fabio se sentó a escucharlo. El tipo le dijo que los hombres y los gatos habían sido fabricados del mismo barro sobre el cual el Señor dio un soplo bondadoso.

—No somos otra cosa que barro y esperanzas —aseguró Lupito. Explicó—:

—No sé si lo estoy repitiendo o si lo leí en un libro. Hombres y animales estamos hechos de la misma materia. Lo único que nos diferencia es lo que integra esa materia, o sea, el amor. El amor junta las partículas y dibuja a los seres. La forma como amas te hace ser como eres.

—Por su forma de amar, hay personas perro y personas gato. Y también hay personas gallina, personas sapo, personas zorro, personas león… Interrumpió la enumeración—:

—Tú eres un joven gato. Se te nota.

El joven quería volver a la conversación inicial.

—Clarito. De lejos, se te nota. Eres un joven gato. Tú eres tu gato.

Lo llevó a recorrer el establecimiento, que era enorme y abarcaba unas diez cuadras. Había muchas jaulas colectivas en las que se encontraban juntos los perros con los gatos.

— Mmm… ¿Perros y gatos juntos? —preguntó Fabio, asombrado.

—Y, ¿por qué no? Ya te he dicho que las especies no se diferencian en nada. Lo que diferencia a los seres es cómo ofrecen el amor.

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