ALGO MÁS QUE PALABRAS
Los gobiernos no pueden, ni deben,
quedarse pasivos ante una generación marcada por el desempleo. Estoy firmemente
convencido de que la falta de oportunidades, sobre todo de los jóvenes, merece
mayor atención por parte de todos. La juventud se encuentra sumida en un
contrasentido. Suelen estar mejor preparados que la población de más edad, sin
embargo tienen mayor dificultad para encontrar un trabajo digno; y, si lo
encuentran, suelen trabajar más horas por menor salario. Esto genera una
sensación de frustración e injusticia de difícil reparación. Sin duda, la
generalización de este descontento debilita la confianza en los gobiernos. No
se pueden cerrar los ojos ante esos jóvenes, y menos jóvenes, que están en edad
de trabajar. Cuanto antes se deben revisar las políticas y asignar la misma
prioridad de incentivos y partidas, tanto a la creación de empleo como al
crecimiento económico.
Evidentemente, son los gobiernos los
que deben encabezar la lucha contra esta lacra del desempleo. Son los gobiernos
los que deben dictar normas y activar el mercado de trabajo. Son los gobiernos
los que deben establecer prioridades. Son los gobiernos los que deben cumplir
las promesas y proporcionar el pleno empleo. Sin duda, la experiencia del
desempleo en España nos está dejando una huella profunda entre la ciudadanía,
que sumada a la corrupción del poder, nos adentra en un clima de desesperación,
pobreza e inestabilidad social, totalmente destructiva no sólo para la vida del
ciudadano que la sufre, sino también para toda la ciudadanía. Con gobiernos
incapaces de poner orden e impartir justicia, de hablar claro y profundo, va a
ser muy complicado poder avanzar. Desde luego, hasta para recuperar el hábito
del trabajo será arduo, ante una atmósfera tan viciada como putrefacta. Ahora
bien, tampoco nada es imposible, es cuestión de despojar del poder, a quienes
amparados por esas poderosas ruedas, siguen aplastando a los débiles en lugar
de ocuparse (y preocuparse) por dignificarles con un empleo.
El compromiso de resolver que tienen
todos los gobiernos del mundo, en tantas ocasiones brilla por su ausencia, que
todo se confunde. Vivimos en la era de la mentira. Sálvese el que pueda. El
fenómeno de la globalización no se puede gestionar por intereses, sino por
sabiduría. No se puede alterar el orden fundamental de la prioridad del trabajo
sobre el capital, del bien común sobre lo privado, de lo transparente sobre lo
corrupto. Todos los gobiernos del mundo deben afanarse en poner en valor cierta
moral de combate, por lo pronto han de dignificar a las personas por encima de
otros logros. El día que nos pongamos a trabajar en serio por un orden más
justo y humano, por hacer realidad el trabajo como un derecho-deber, será
cuando podremos decir que hemos encontrado el camino del verdadero progreso.
Así, pues, el día internacional de los trabajadores o primero de mayo, fiesta
por antonomasia del movimiento obrero, debe impulsarnos a redescubrir el
auténtico sentido y el valor primordial del trabajo.
A mi juicio, ha llegado el momento
de restablecer una nueva ética para que cesen los alarmantes desequilibrios
económicos y sociales, restaurando una justa jerarquía de valores. Con urgencia
hemos de rechazar las situaciones de injusticia, que a veces avivan los mismos
gobiernos, para salvaguardar sus propias ventajas. No me gustan los gobiernos
permisivos con el poder, que no proveen de esperanza a sus gentes sometidas a
una pobreza que ofende su dignidad. Tampoco me agradan los gobiernos que no
invitan a compartir los bienes. No se trata de malvivir con lo que le sobra a
los ricos, pero sí de solidarizarse con los que tragan saliva y poco más. En
este momento, tenemos que alzar nuestras voces por todos los que sufren la falta
de empleo, o un salario insuficiente, mientras otros dilapidan o practican la
evasión de capitales hacia paraísos fiscales. No
me cabe duda que hemos retrocedido en los derechos laborales, en la
financiación de las medidas de activación del empleo. No podemos seguir
equilibrando los presupuestos a expensas de los más pobres. ¡No podemos!. Por
consiguiente, aquel gobierno que es incapaz de dar empleo a su población lo
mejor que podría hacer es cesar, porque con esta actitud de inoperancia está
contribuyendo a que el país se desmorone, o lo que es lo mismo, se
descapitalice humanamente.
Ciertamente, el mundo vive unos
momentos cruciales para su desarrollo. De ahí la importancia de los gobiernos
que están dispuestos a trabajar por los más débiles. Sin duda, el alarmante
desempleo, aparte de ser una auténtica fuente de dolor para el que lo padece,
puede convertirse en una verdadera tragedia social. Por desgracia, las
disparidades y los desequilibrios son cada vez más evidentes en un planeta en
el que todo se globaliza, menos las responsabilidades y los deberes éticos. Los
diversos gobiernos tienen que pasar de los dichos a los hechos, a llevar a buen
término los compromisos adquiridos más allá de la mera palabrería.
Indudablemente, para gobernar se precisan planteamientos firmes, pero también
mucha flexibilidad y paciencia, para llegar a ese diálogos sociales
imprescindibles, y así, poder encontrar soluciones innovadoras que puedan
resolver esta brutal crisis de desempleo que soportan sobre todo los jóvenes.
Los gobiernos deben saber que las
revueltas van a ir en aumento mientras que los empleos dignos sigan escaseando,
o sean privilegio de algunos, lejos de cualquier mérito o capacidad. Cada vez
existe una mayor sensación de que la ciudadanía más afectada por la falta de
trabajo, se le recortan prestaciones, y este acorralamiento, lo que genera es
una oleada de crispaciones, que debemos apaciguar con otras posturas más
solidarias y menos injustas. Para ello, los gobiernos son los que tienen que
fortalecer las instituciones del mercado laboral y garantizar que los salarios
crezcan al mismo ritmo que la productividad; adoptando medidas especiales para
los trabajadores jóvenes y otros grupos vulnerables. Ya de nada sirven las
promesas, se precisan acciones. Es hora de integrar las políticas educativas y
de formación con las políticas laborales destinadas a los jóvenes. De lo
contrario, el círculo de la pobreza persistirá en el tiempo, puesto que la
juventud es el auténtico motor de cambio. Desaprovechar este potencial es una
mezquindad tan grande como cruel. Tal vez algún día les dejemos inventar su
propio porvenir. ¡Qué no sea demasiado tarde!.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
No hay comentarios:
Publicar un comentario