ALGO MÁS QUE PALABRAS
A mi manera de ver,
pienso que es bueno recordar lo vivido para reafirmar lecciones que no debemos
olvidar, máxime en un momento como el actual de tanta proliferación de
realidades inhumanas. Así, siendo tan justo como preciso el día del recuerdo de
todas las víctimas de las armas químicas (29 de abril), no menos importante es
que el mundo reafirme los logros de la convención sobre dichos compuestos
tóxicos, instaurando una prohibición mundial, jurídicamente vinculante para
todas las naciones.
Evidentemente, tras la emoción del recuerdo del pasado
tenemos que comprometernos, sin excusas, con el futuro. Tiene que surgir con
fuerza en el mundo, una nueva conciencia mundial que vaya más allá de la
memoria histórica, para ello hemos de tener la convicción de que el ser humano
que hace las guerras puede también construir la paz. Estamos obligados a
resolver las diferencias por medios pacíficos. Aprendamos a convivir sin armas.
En nuestras manos está eliminar los arsenales de armas químicas y promover la
universalidad de la convención de armas químicas.
Ahora bien, de nada sirve recordar hechos siniestros
sí lo que se sigue imponiendo son las armas y no la justicia, si se pierde el
objetivo humano de la vida, y en lugar de promover un planeta en el que la
química sea utilizada exclusivamente en beneficio de las personas, se emplea
como arma destructora. Es cierto que los estados miembros de la organización
para la prohibición de las armas químicas representan cerca del total de la
población y de la masa terrestre del planeta, por lo que tiene que ser más
viable conseguir la destrucción total de los arsenales químicos.
Obviamente, la justicia se protege con la utilización
del raciocino y no con mezclas exterminadoras. Ya sabemos que con las guerras
todo se pierde y, sin embargo, nada se inutiliza con la paz. Urge, por
consiguiente, refirmar que cualquier actor que utilice las armas químicas,
actúa contrario al derecho internacional humanitario. Alinearnos con los
bárbaros de las primeras edades es como tener poca memoria y nula inteligencia.
No repitamos el pasado, recordémoslo eso sí; y, en todo caso, ratifiquemos que
la paz debe ser siempre la meta a perseguir.
Por desgracia, la realidad es la que es, y a pesar de
todos los recordatorios, las antiguas amenazas siguen cerniéndose sobre el
planeta de muy diversos modos. Ciertamente, el mundo se ha globalizado y todos
los gobiernos deben revalidar su deseo de cooperación, sobre todo para
asegurarse de que los terroristas no obtengan armas químicas de destrucción
masiva. Se pensaba que con el fin de muchas contiendas, se facilitaría la
ejecución de acuerdos a nivel mundial
sobre desarme. La atmósfera es bien
distinta, en parte porque a medida que las fronteras se abren más y se
facilitan las comunicaciones, los terroristas y los negociantes del comercio
ilegal de armas también lo tienen más fácil.
A pesar de este panorama gris, aún tenemos motivos para esperanzarnos, será el
día en que los derechos humanos los codifiquemos bajo una visión éticamente
global. Celebremos, pues, que gracias a las convenciones mundiales se hayan
prohibido a nivel global las armas químicas y biológicas, pero dichos acuerdos
tienen que ser aceptados de manera universal y aplicados, de manera contundente,
en su totalidad. La vida no vuelve atrás, y perder un minuto en desmantelar el
mayor potencial destructivo del mundo, como son este tipo de armas, concebidas
tanto para aterrorizar como para destruir, es un riesgo que debemos atajar
cuanto antes. Entre todos, tenemos que conseguir que el uso de estas armas sea
impensable. Con esta voluntad, basada en un diálogo sincero, todo será más
sencillo para dirimir las controversias.
Víctor
Corcoba Herrero/ Escritor
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